Mes: febrero 2014

Las normas las marcan los límites

Para convivir toda sociedad necesita unas normas. La familia constituye el primer grupo social al que pertenece el niño, en el que aprende a convivir.

El establecimiento de normas y límites en el contexto familiar supone uno de los factores de protección más significativos para reducir la probabilidad de aparición de conductas de riesgo, tanto en la infancia como en la adolescencia.

El papel de los padres en este ámbito se centra en establecer y aplicar unas normas claras, pertinentes y razonables. El abanico de posibilidades a la hora de inculcar esas normas en nuestros hijos abarca desde la total permisividad hasta un control absoluto. Entre un extremo y otro existe un modelo que deja espacio para la libertad, y que supone educar a los hijos en la capacidad para tomar decisiones y para actuar de forma responsable ante los diferentes retos de la vida cotidiana.

Los límites y las normas son fundamentales porque:

  • Otorgan a los hijos sentimientos de seguridad y protección.
  • Los hijos van creando sus propios referentes y van adquiriendo unas pautas de lo que es y no es válido, lo cual les ayudará a ir conformando su propia escala de valores.
  • Ayudan a lograr una convivencia más organizada y promueven el sentido del respeto hacia los demás y hacia uno mismo.
  • Preparan a los hijos para la vida en una sociedad que se rige por restricciones y obligaciones, que deberán aprender a cumplir, por el bien de todos.
  • Ponen restricciones y límites al comportamiento de los hijos y les ayudan a desarrollar, de forma progresiva, la tolerancia a la frustración, es decir la capacidad para poder asimilar el sentimiento de frustración que provocará el hecho de que no siempre les salgan las cosas como les gustaría.

 

El lenguaje de los pequeños

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Sepa «perder» tiempo y no pretenda que su hijo hable correctamente a la primera. Lleva su tiempo.

Acepte con alegría (y manifiéstela) todos los intentos de mejora de articulación que haga su hijo.

Su hijo debe estar siempre atendido con palabras de “afecto”.

Si su hijo persiste en pronunciar una palabra de forma incorrecta no le atosigue, pero recuérdele -repitiéndola bien usted- cómo es correctamente la palabra. El niño no debe entender que su mala articulación se da por buena.

Las cosas deben ser denominadas correctamente. No le hable con»lenguaje bebe». No contribuya a retenerlo en un grado de infantilismo afectivo y lingüístico.

No debe exigirle un esfuerzo que no sea capaz de realizar. Su hijo no debe tener sentimientos de impotencia. La mayor catástrofe que nos puede ocurrir es que su niño se niegue a hablar.

Su hijo adquiere lenguaje viendo cosas, tocando cosas. No le abandone a su soledad. Provoque situaciones de diálogo, suscite preguntas…

Nunca emplee vocabulario complicado ni intente sostener conversaciones superiores a su capacidad.

Su hijo tiene que «crear». Hay que hacer que se esfuerce y no dirigirle en exceso de forma que sólo conteste «sí» o «no».

Libros de imágenes, historietas contadas con palabras y gestos, canciones infantiles con ritmo y melodía apropiados enriquecerán su vocabulario y darán a su habla expresividad y entonación.

Ejercitar los movimientos de la boca con todo tipo de estratagemas y juegos: «vamos a relamernos», «juegos de mímica»… También con tipos de alimentación que incluyan masticación, deglución adecuada… (ha de masticar su filete, el pan, la fruta…), mascar chicles…

Para desarrollar un correcto patrón respiratorio se pueden hacer muchos juegos: «concursos de aguantar sin respirar, soplar pitos-matasuegras-papelitos-algodones-pelotas de ping-pong, inflar globos, silbar, oler todo tipo de perfumes, hacer gárgaras, pompas de jabón, beber con pajita…

Acostúmbrele a que eduque su audición: identificar voces, sonidos…

Escuchar cuentos, acostumbrarse a músicas adecuadas o relajantes.

 

¿Cómo pueden ayudar los padres?

  • Hablar con claridad y articulando bien. Evitar repetir las palabras mal articuladas por el niño aunque sean graciosas.
  • Utilizar un vocabulario apropiado, enmarcado en frases sencillas y cortas.
  • Tratar de responder a las preguntas del niño con precisión.
  • Hablarle de cosas que le interesan y pueden llamar su atención.
  • Introducirse en sus juegos, de forma que se favorezca el diálogo.
  • Utilizar la «corrección indirecta»: Cuando nos toque el turno de responder o continuar la conversación devolver al niño (lo que dijo mal) de forma correcta sin hacerle sentir incompetente: Ej. Si dice: «Me dele la tateta», podemos responder: Ah, te duele la cabeza, ¿En qué sitio de la cabeza te duele?…
  • Darle ocasión para contar lo que ha hecho y lo que piensa, evitando hacerle excesivas preguntas y animándole a hablar en situaciones de no tensión.
  • Eliminar preguntas, interrupciones y exigencias de hablar.
  • Las preguntas hacen que el niño necesariamente tenga que emitir una respuesta, lo que aumenta la exigencia de la situación comunicativa. Las interrupciones provocan cortes en la comunicación del niño, exigiendo así un nuevo comienzo de sus emisiones, lo cual constituye una dificultad añadida.
  • Comenzar tranquilamente usando “turnos”. Respetar los turnos conversacionales en la familia.
  • No adelantarse y no concluir ni las palabras ni las oraciones que a él le cuesta decir.
  • Hablarse a sí mismo y habla paralela. Cuando estamos jugando con el niño no debemos centrar nuestra atención en que éste hable continuamente. Nuestras emisiones deben ser comentarios en voz alta, tanto para hablar de nuestras acciones como de las que en ese momento realiza el niño.
  • Estos comentarios conseguirán que se dé comunicación verbal sin que el niño se sienta obligado a hablar, disminuyendo así el nivel de exigencia.