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ABUELOS Y NIETOS: CLAVES PARA EDUCAR

Abuelos y nietos: claves para educar

Los abuelos juegan un papel importante en la educación de los nietos. La incorporación de los padres al trabajo ha provocado que los abuelos tengan más responsabilidad, no solo en el cuidado de los nietos, sino también en su educación. Las diferentes maneras de educar de padres y abuelos puede ser un motivo de conflicto, Por eso, es importante conocer cómo se debe actuar.

La relación intergeneracional que ofrecen los abuelos,  les ayuda a los nietos a tener una mirada más amplia que les permite crecer y madurar. Mientras, los nietos, por el simple hecho de ser niños, trasmitirán a los abuelos una vitalidad que les permitirá rejuvenecer. Los beneficios de esta relación abuelos-nietos es evidente, sin embargo, los abuelos no deben ser vistos por los padres como las personas que malcrían a los niños, sino como el brazo que se alarga para ayudar a los padres cuando lo necesitan. Para lograr eso, tanto padres como abuelos deben tener en cuenta una serie de recomendaciones:

4 consejos para que los abuelos respeten a los padres

  1. Asumir roles complementarios. Los abuelos deben asumir su rol de colaborador. Es importante que, desde el principio, los abuelos tengan claro que sus nietos no son sus hijos y que, por tanto, habrá decisiones que no podrán tomar sin consultarle antes a los padres, que son los últimos responsables. Eso no significa que su opinión no importe, sino que tienen un rol complementario que consiste en colaborar con los padres sin suplantar su papel.
  2. Evitar comparaciones. La educación se adapta a los cambios, que se van sucediendo generación tras generación. Por eso, los padres de hoy en día no educan igual que los padres de hace unos años. Sin embargo, es habitual ver que los abuelos comparan la manera que los padres tienen de educar hoy en día con la educación que ellos impartieron a sus hijos. Utilizar comparaciones no será constructivo: no ayudará a los padres, que lo verán como una crítica, y no ayudará a los nietos, que verán como abuelos y padres se enfrentan .
  3. Apoyar a los padres. Recalcar a los padres aquello que hacen mal y buscarle defectos a su manera de educar es un error, a veces común, que repiten los abuelos. Por el contrario, lo más adecuado es buscar sus virtudes y reforzarlas. En este sentido, es importante apoyar a los padres con las normas que hayan establecido en casa. Respetar sus normas será el primer paso para que los nietos también las respeten. Si ellos ven que los abuelos no están de acuerdo y que eso, aparentemente, les favorece, aprovecharán esa coyuntura para negarse a realizar lo establecido, amparados por la opinión de los abuelos.
  4. Aplicar pautas y reglas con los nietos. Ante la creencia de que los abuelos están para maleducar, cabe recordar que también deben ponerles reglas y pautas a sus nietos, habiéndolo consensuado previamente con los padres. Si los abuelos no establecen unos límites, lo que los niños han aprendido en casa durante el resto del año se perderá en esos instantes que nietos y abuelos pasan juntos y después será mucho más difícil para los padres ponerlo en práctica en casa.

4 consejos para que los padres respeten a los abuelos

  1. Confiar en los abuelos. Muchas veces los padres, preocupados por sus hijos, les dejan con los abuelos junto con un libro de instrucciones. Esta desconfianza en los abuelos puede provocar su malestar y también generar inseguridad. Los padres, en estas ocasiones, deberán dar consejos sobre aquello que crean que puede ser desconocido para los abuelos, pero siempre mostrando confianza en la forma en qué van a desempeñar su labor, y en el acierto de sus decisiones en el caso de que haya que tomar la iniciativa ante algún problema.
  2. Proponerles, no obligarles. Cuidar a los nietos debe ser siempre una opción que los abuelos puedan escoger por libre elección. Aunque ellos siempre acepten cuidar a los nietos encantados, los padres no deben pensar que esa es su única ocupación y que están disponibles las 24 horas. Los abuelos son una ayuda a la que los padres podrán recurrir pero de la que no deberán abusar. Además, aunque siempre es necesario consensuar entre unos y otros, los padres no deberán exigir a los abuelos perfección a la hora de llevar a cabo su labor, en la que siempre se esmeran al máximo.
  3. Aconsejar en vez de criticar. Siempre es necesario darles a los abuelos unas pautas sobre qué hacer con los niños, sin embargo, los consejos nunca deben convertirse en críticas. Es importante no quitar valor a las acciones que los abuelos hagan con sus nietos: llevarles a tal sitio, comprar esto o aquello, etc. Así, en aquellos momentos en los que padres y abuelos no estén de acuerdo en ciertas decisiones, lo correcto será aconsejarles cómo deberían haberlo hecho o cómo deberán hacerlo la próxima vez, sin limitarse a criticar el fallo.
  4. El valor del recuerdo. La experiencia no es un valor transferible de abuelos a padres, sin embargo, es un aspecto del que tanto nietos como padres deberían aprovecharse. El tiempo que los abuelos pasan con sus nietos, a veces superior al que los padres pasan con sus hijos, les permite convertirse a veces en maestros, transmitiéndoles a sus nietos una perspectiva de la historia y de la vida que, ellos, por su corta edad, no han vivido. Es una manera de enseñar el valor del recuerdo.

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LOS NIÑOS MÁS SENSIBLES AL CAMBIO DE HORA

LOS NIÑOS MÁS SENSIBLES AL CAMBIO DE HORA

El cambio de hora que se produce en otoño, por el que ganamos una hora de sueño, afecta al cerebro y a todas las funciones controladas por el reloj biológico. Los niños son más sensibles al cambio de hora porque este reloj biológico tiene tendencia a seguir funcionando con la misma velocidad todos los días, y cuando se cambia una hora se requiere un esfuerzo para adaptarse al nuevo horario de sueño.

El cambio de hora afecta al sueño y a las comidas

El reloj biológico afecta al sueño, a los horarios de comida, y tiene incidencia sobre el sistema nervioso afectando a los niveles de estrés y de ansiedad, procesos que son más difíciles de controlar por el organismo de los niños pequeños.

La mayor sensibilidad de los niños al cambio de hora va a hacer que su proceso de adaptación al nuevo horario dure entre tres y cuatro días, e incluso puede extenderse a una semana. Durante ese tiempo, a todos y a los niños especialmente, les va a costar más levantarse y acostarse, y su apetito va aparecer en horas diferentes a las que se está acostumbrando.

Al llegar la hora de ir a la cama es normal que los niños sientan sueño, ya que el organismo está preparado para ir a dormir una hora distinta, lo que va a generar más somnolencia y más cansancio durante el día.

El cambio horario puede provocar síntomas como estrés, alteraciones de sueño, mayor cansancio físico o irritabilidad, que pueden ser más «notables» en niños o personas mayores ya que sus cerebros son «más sensibles» a esta modificación. Los colectivos más afectados son los niños y ancianos, ya que tienen un reloj biológico más rígido y cuentan con una mayor dificultad para sincronizarse con el nuevo horario.

Cómo realizar el proceso de adaptación al nuevo horario

Para ayudar a los niños, sobre todo a los más pequeños de edades comprendidas entre los 0 y los 3 años, a superar las consecuencias del cambio horario y la falta de luz y adaptarse al nuevo ritmo de sueño y de comidas, es recomendable adelantar cada toma diez minutos cada dos o tres días a los bebés lactantes y realizar una adaptación gradual de la hora de ir a dormir a los niños que van al colegio. Hay que tener en cuenta que durante unos días pueden estar más irritables y menos concentrados.

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Las normas las marcan los límites

Para convivir toda sociedad necesita unas normas. La familia constituye el primer grupo social al que pertenece el niño, en el que aprende a convivir.

El establecimiento de normas y límites en el contexto familiar supone uno de los factores de protección más significativos para reducir la probabilidad de aparición de conductas de riesgo, tanto en la infancia como en la adolescencia.

El papel de los padres en este ámbito se centra en establecer y aplicar unas normas claras, pertinentes y razonables. El abanico de posibilidades a la hora de inculcar esas normas en nuestros hijos abarca desde la total permisividad hasta un control absoluto. Entre un extremo y otro existe un modelo que deja espacio para la libertad, y que supone educar a los hijos en la capacidad para tomar decisiones y para actuar de forma responsable ante los diferentes retos de la vida cotidiana.

Los límites y las normas son fundamentales porque:

  • Otorgan a los hijos sentimientos de seguridad y protección.
  • Los hijos van creando sus propios referentes y van adquiriendo unas pautas de lo que es y no es válido, lo cual les ayudará a ir conformando su propia escala de valores.
  • Ayudan a lograr una convivencia más organizada y promueven el sentido del respeto hacia los demás y hacia uno mismo.
  • Preparan a los hijos para la vida en una sociedad que se rige por restricciones y obligaciones, que deberán aprender a cumplir, por el bien de todos.
  • Ponen restricciones y límites al comportamiento de los hijos y les ayudan a desarrollar, de forma progresiva, la tolerancia a la frustración, es decir la capacidad para poder asimilar el sentimiento de frustración que provocará el hecho de que no siempre les salgan las cosas como les gustaría.

 

El lenguaje de los pequeños

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Sepa «perder» tiempo y no pretenda que su hijo hable correctamente a la primera. Lleva su tiempo.

Acepte con alegría (y manifiéstela) todos los intentos de mejora de articulación que haga su hijo.

Su hijo debe estar siempre atendido con palabras de “afecto”.

Si su hijo persiste en pronunciar una palabra de forma incorrecta no le atosigue, pero recuérdele -repitiéndola bien usted- cómo es correctamente la palabra. El niño no debe entender que su mala articulación se da por buena.

Las cosas deben ser denominadas correctamente. No le hable con»lenguaje bebe». No contribuya a retenerlo en un grado de infantilismo afectivo y lingüístico.

No debe exigirle un esfuerzo que no sea capaz de realizar. Su hijo no debe tener sentimientos de impotencia. La mayor catástrofe que nos puede ocurrir es que su niño se niegue a hablar.

Su hijo adquiere lenguaje viendo cosas, tocando cosas. No le abandone a su soledad. Provoque situaciones de diálogo, suscite preguntas…

Nunca emplee vocabulario complicado ni intente sostener conversaciones superiores a su capacidad.

Su hijo tiene que «crear». Hay que hacer que se esfuerce y no dirigirle en exceso de forma que sólo conteste «sí» o «no».

Libros de imágenes, historietas contadas con palabras y gestos, canciones infantiles con ritmo y melodía apropiados enriquecerán su vocabulario y darán a su habla expresividad y entonación.

Ejercitar los movimientos de la boca con todo tipo de estratagemas y juegos: «vamos a relamernos», «juegos de mímica»… También con tipos de alimentación que incluyan masticación, deglución adecuada… (ha de masticar su filete, el pan, la fruta…), mascar chicles…

Para desarrollar un correcto patrón respiratorio se pueden hacer muchos juegos: «concursos de aguantar sin respirar, soplar pitos-matasuegras-papelitos-algodones-pelotas de ping-pong, inflar globos, silbar, oler todo tipo de perfumes, hacer gárgaras, pompas de jabón, beber con pajita…

Acostúmbrele a que eduque su audición: identificar voces, sonidos…

Escuchar cuentos, acostumbrarse a músicas adecuadas o relajantes.

 

¿Cómo pueden ayudar los padres?

  • Hablar con claridad y articulando bien. Evitar repetir las palabras mal articuladas por el niño aunque sean graciosas.
  • Utilizar un vocabulario apropiado, enmarcado en frases sencillas y cortas.
  • Tratar de responder a las preguntas del niño con precisión.
  • Hablarle de cosas que le interesan y pueden llamar su atención.
  • Introducirse en sus juegos, de forma que se favorezca el diálogo.
  • Utilizar la «corrección indirecta»: Cuando nos toque el turno de responder o continuar la conversación devolver al niño (lo que dijo mal) de forma correcta sin hacerle sentir incompetente: Ej. Si dice: «Me dele la tateta», podemos responder: Ah, te duele la cabeza, ¿En qué sitio de la cabeza te duele?…
  • Darle ocasión para contar lo que ha hecho y lo que piensa, evitando hacerle excesivas preguntas y animándole a hablar en situaciones de no tensión.
  • Eliminar preguntas, interrupciones y exigencias de hablar.
  • Las preguntas hacen que el niño necesariamente tenga que emitir una respuesta, lo que aumenta la exigencia de la situación comunicativa. Las interrupciones provocan cortes en la comunicación del niño, exigiendo así un nuevo comienzo de sus emisiones, lo cual constituye una dificultad añadida.
  • Comenzar tranquilamente usando “turnos”. Respetar los turnos conversacionales en la familia.
  • No adelantarse y no concluir ni las palabras ni las oraciones que a él le cuesta decir.
  • Hablarse a sí mismo y habla paralela. Cuando estamos jugando con el niño no debemos centrar nuestra atención en que éste hable continuamente. Nuestras emisiones deben ser comentarios en voz alta, tanto para hablar de nuestras acciones como de las que en ese momento realiza el niño.
  • Estos comentarios conseguirán que se dé comunicación verbal sin que el niño se sienta obligado a hablar, disminuyendo así el nivel de exigencia.